Tuesday, June 8, 2010

Arte en el Siglo XX y XXI



Arte en el Siglo XX y XXI
(Apuntes sobreel ensayo “El Intruso” de Jan- Luc Nancy)
“La invensión griega de la belleza… su postulado de la belleza como ideal, ha sido la pesadilla de las filosofías del arte y la estética europea” Barnett Newman.

La definición del cuerpo en arte del siglo XX debe tomar en cuenta la filosofía.
El encuentro con el cuerpo, continua siendo una obsesión, descubrir nuevas y distintas posibilidades de representación. En el mundo del pensamiento, las respuestas se agotaron.

Se rebasaron los trascendentes Bien, Verdad, Belleza.

El modelo de representación tradicional no ofreció más soluciones para los nuevos planteamientos del mundo.
La velocidad vertigionosa con la que camina la técnica, con la que el cuerpo se explora, lo deshabita de su propio misterio. Artistas como Jackson Pollock y Mark Rothko parecían rebasar esta posibilidad y plantear nuevos misterios. El arte renuncia a perderse en su obsesión por la belleza y busca el Absoluto, el fetichismo de la calidad perfecta.

El cuerpo es un templo vacío, sin ideas, sin aquello inexorable que movió tanto el pensamiento en el pasado.
Leonardo nunca dejó de ser un artista que utilizaba el conocimiento científico para explorar el misterio del arte. Miguel Ángel horadó en el cuerpo para encontrar el alma de ese cuerpo representado. Leonardo y Miguel Ángel, fueron los creadores de colosos insuperables donde la belleza mostraba su principio y su fin en sí misma. Lo que seguiría, un encuentro con el lienzo explorando las grandes construcciones de dos genios.

La ciencia, en su avance, dislocó el cuerpo de su posibilidad de sacralidad.
El artista busca en la memoria del cuerpo, el encuentro, sus preguntas, sus nuevos límites.
¿Cuál es el espacio del artista como concepto y cuál como realidad?
Es evidente que ya no hay nada evidente en el arte. Lo evidente era la representación, pero al agotarse la credibilidad de esa representación ¿Qué ocurre?
La búsqueda de nuevos lenguajes.
Todo puede ser arte, cualquier objeto, pero no todo es arte.
El arte contra el status que lo sostuvo.
El arte no se reduce a definiciones.
La obra de arte está viva en cuanto habla de ella misma.

Los juicios de valor reducen la idea del arte hoy, la idea sería preguntar y suscitar una reflexión.
El arte es como nosotros mismos, es un espejo de lo absolutamente otro, pero en el nos vemos, nos conocemos.
Al arte contemporáneo no habría que entenderlo sino conocerlo.
El arte contemporáneo ha dejado de ser sólo una serie de disciplinas de artes liberales (a las que la pintura entró hace relativamente poco tiempo, con Leonardo), e impulsa, a través del video, la instalación, fotografía, el uso de los objetos (objeto como la forma y la forma como escultura, el objeto encontrado, los ensamblajes, el objeto documentado, el gesto escultórico, la objetualización del espacio, el objeto procesual, el relacional, el objeto como testigo de una práctica) de manera que en la propia idea se suscite la reflexión. Lo que antes hubiera sido criticado como discurso de la obra, en el arte contemporáneo se vuelve el cuerpo de la obra.
La obra de arte se acaba e inicia el objeto artístico como residuo o testimonio de una idea que jamás se termina.
El arte en el siglo XX
Arte conceptual (Joseph, Beuys, Hans Hacke, Tom Marioni, Dennis Openheim, Joseph Kosuth, Piero Manzoni, Lawrense Weiner, Sol lewitt, etc)
Situacionismo (André Bertrand, Constan Nieuwenhuys, Asger Jons),
Pop (Warhol, Wasselmann, Jasper Johns, Roy Lichtenstein, Robert Rauschemberg, etc.)
Apropiación (Mike Bidlo, Sherry Levine, Richard Prince)
Nouveau realisme (Cesar, Christo, Yves Klein, Jean Tinguely)

Arte povera (Mario Merz, Pistoletto, Anselmo, Boetti, Kounellis, Penone)

Junk sculpture (Eduardo Paolozzi, Chamberlain)

Happening (Claes Oldemburg, Allan Kaprow, Jin Dine)

Body art ( Bruce Nauman, Vito Aconcci, Ana Mendieta)

Performance (Vito Acconci, Laurie Anderson, Gilbert and George, Carolee Schneemann)

Process art (Linda Benglis, Richard Serra, Louise Bourgeois, Eva Hesse)
Accionismo Vienés (Gunter Brus, Otto Mühl, Herman Nitsch, Rudolf Schwarzkogler)

Fluxus (Yoxo Ono, Georges Manciunas, Joseph Beuys, John Cage, etc)

Op Art (Vasarely, Cruz Diez, etc.)

Arte Cinético (Jesús Rafael Soto, Julio Le parc, Jean tinguely, etc,)

Video Art (Nam June Pack, Vito Acconci, Bill Viola, etc.)

High-Tech Art (Paul Earls, Douglas Davis, Lozano Hemmer, etc)

Art and Tecnology (Robert Irwin, Otto, Piene, etc.)

Neo Dada (Jasper Johns, Yves Klein, Edward Kienholz)

Land Art (Robert Smithson, Richard Long, Robert Morris, etc)

Neo expresionismo (Bazelits, Anselm Kieffer, Escuela de Leipzig, etc)

Sólo por mencionar algunos movimientos, han creado la nueva manera de cuestionar, desde el arte al siglo XX












El Intruso (Jan- Luc Nancy)
Nada tiene que ver el dolor con el dolor
nada tiene que ver la desesperación con la desesperación
Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas
No hay nombres en la zona muda
Allí, según una imagen de uso, viciada espera la muerte a sus nuevos amantes
Enrique Lihn, Diario de Muerte

La reflexión sobre el cuerpo es una clave hermenéutica (interpretación) para comprender el momento posthumano. El tema del cuerpo nos conduce a posiciones filosóficas, artísticas científicas y tecnológicas encontradas, donde intentan prevalecer intereses económicos asociados a la nueva industria de la ingeniería genética y las prácticas biotecnológicas a ella asociadas. El uso y abuso de la imagen del cuerpo en la publicidad, el arte, la prensa y el cine de anticipación aumenta nuestro desasosiego ante un cuerpo humano que sabemos en constante reestructuración y re-diseño, escindido ente lo natural y lo artificial.

El cuerpo pierde así sus dimensiones, su capacidad representativa para acoplarse indiferenciadamente con nuevas máquinas y nuevas sustancias (psicotrópicas) transformándose en un híbrido biológico-químico.
El cuerpo es para Jean-Luc Nancy una certidumbre confundida, hecha astillas. El cuerpo es un producto tardío, una decantación de Occidente en la que aparece lo desastroso como nuestra angustia puesta al desnudo.

En las representaciones del cuerpo del siglo XX es particularmente interesante la visión siniestra de lo orgánico que transmiten algunos autores en sus obras. Sin duda fueron de gran influencia en este sentido George Bataille, Artaud, Hans Bellmer y sus inquietantes muñecas, junto a manifestaciones más recientes como los sacrificios animales de Wols, o las automutilaciones de Günter Brus, etc. Estas representaciones extremas de la corporalidad quieren contradecir el arquetipo generado por los medios de comunicación del ideal excluyente del cuerpo sano y joven, el cuerpo narcisista, y reivindicar esa parte maldita sometida a la temporalidad, al dolor, y en último extremo a la muerte.

La eclosión de las nuevas tecnologías no sólo está conformando nuevas formas de subjetividad, sino también, y esto es lo más provocador, una ‘nueva carne’. El cuerpo ha dejado de ser algo natural. Proliferan los implantes y los injertos en una rediseño paroxista del cuerpo humano, sometido ya no sólo a la auscultación, sino a su hibridación, fragmentación e incluso a su vaciamiento.
Desde la Antigüedad, el artista trataba de llenar el cuerpo de sentido en la tela. Plasmar figuras tridimensionales en espacios bidimiencionales y darles la carga de alma y fuerza interior. El siglo XX hace que toda esa construcción se empiece a destruir.

El cuerpo ha dejado de ser natural, ingiere alimentos elaborados agrotecnológicamente; se somete a trasplantes, recibe prótesis diseñadas para servirle de extensión.

La morfología y la anatomía se encuentran en la mesa de disección de la biotectología, que trabaja a partir de la fatiga del material humano, de la deriva identitaria de los cuerpos. El hombre que ha dejado de ser humano, para adentrarse en una condición pos-humana, el trasplantado, el cyborg, el androide -con referencias a la cópula animal-máquina. O tal vez se trate de máquinas célibes. De injertos, prótesis e implantes en las fronteras entre lo natural y lo artificial.
Operando desde las imágenes la desestabilización del cuerpo como un híbrido difícil de precisar, estas operaciones teóricas -por momentos turbadoras- develan al sujeto contemporáneo en su radical alteridad, en el límite de no ser ya él mismo, de estar ya desposeído de sí, sin intimidad posible, totalmente expuesto en la sociedad del espectáculo, volcado hacia las formas de la exterioridad

Muchas de las pestes y enfermedades que diezmaban a grandes porciones de la población mundial han sido controladas, otras tantas comienzan a surgir. Al mutar nuestro entorno, al modificarse nuestros modos de vida y -como resultado- nuestros propios cuerpos, nos enfrentamos a nuevos e inesperados males, los que se ciernen sigilosos desde la zona muda.
El cuerpo en el arte busca redimir su condición de mortal. Es lo único que el artista puede dejar como sello de perpetuo de su paso por la vida. En una época ese cuerpo se animaba por el mito y su propio conocimiento; después se llenó de la luz divina; más adelante, se llenó de la forma y el estilo. En la actualidad, el cuerpo busca su sentido más allás de la formulas agotadas.
No es absurdo suponer que el exterminio del hombre comienza con el exterminio de sus germenes. Tal como es, con sus humores, sus pasiones, su sexo, sus fluidos y secreciones, el propio hombre no es más que un sucio y pequeño germen, un virus irracional y aleatorio que altera y pone a su mundo en estado de alerta permanente. La posibilidad de la avería, la latente potencia viral, epidémica y virulenta generan nuestras prótesis protectoras, nuestras fantasías genéticas como sistemas de defensa inmunológicos.
La muerte, tal como la describe Jean- Luc Nancy, es la devoradora que asoma su peor faz en esa bestia tufosa que llamamos cáncer: un linfoma del que nunca habíamos notado más que su eventualidad, señalada en el prospecto de la ciclosporina. Un intruso cuya irrupción obedece a alguna baja inmunitaria o la locura expansiva de alguna célula. El cáncer es el rostro estragado del intruso. Extraño a nosotros mismos en el nos enajenamos y esto con independencia a la naturaleza exógena o endógena de los fenómenos cancerosos. La imaginación resulta inútil para todas las posibilidades que alberga este trance, todas nuestras maneras de referirnos a él están viciadas.
El tratamiento exige una intrusión violenta. Incorpora invasivas quimio y radioterapias. Al mismo tiempo que el linfoma roe el cuerpo y lo agota, los tratamientos lo atacan y lo debilitan. Aun la morfina, que calma los dolores, provoca otro sufrimiento: el embrutecimiento y el extravío.
El tratamiento más elaborado se denomina “autotrasplante” (o “trasplante de células madre”): después de haber vuelto a activar la producción linfocitaria por medio de “factores de crecimiento”, durante cinco días seguidos extrae glóbulos blancos (se hace circular toda la sangre fuera del cuerpo y los extraen mientras esta circula). Los congelan. Luego el paciente es puesto en una cámara estéril durante tres semanas donde le aplican una fuerte quimioterapia, que deprime la producción de la médula antes de reactivarla mediante el reimplante de las células madre congeladas (sobrevuela un extraño olor a ajo durante este procedimiento...). La baja inmunitaria llega a niveles extremos y genera fuertes fiebres, micosis, trastornos en serie, antes de que la producción de linfocitos se recupere. Aquí, en El intruso este raro ensayo de extracción netamente autobiográfica, Jean-Luc Nancy cuenta y analiza su propio trasplante de corazón. Más allá de las previsibles preguntas sobre la técnica y su relación con el hombre, Nancy no sólo se permite el uso robusto de la primera persona, sino que no evita formas cursis. “Un corazón que late a medias es sólo a medias mi corazón”, escribe en un momento.
Se sale desorientado de la aventura. Uno ya no se reconoce: pero “reconocer” no tiene ahora sentido. Uno no tarda en ser una mera fluctuación, una suspensión de ajenidad entre estados mal identificados, dolores, impotencias, desfallecimientos. La relación consigo mismo se convierte en un problema, una dificultad o una opacidad: se da a través del mal o del miedo, ya no hay nada inmediato, y las mediaciones cansan.
La identidad vacía de un “yo” ya no puede reposar en su simple adecuación de identidad, cuando se enuncia: “yo sufro” se implican dos yoes extraños uno al otro (pero que sin embargo se tocan). En este “yo sufro” escindido, un yo rechaza al otro.
Yo termino/termina por no ser más que un hilo tenue, de dolor en dolor y de ajenidad en ajenidad. Se llega a cierta continuidad en las intrusiones, un régimen permanente de la intrusión: a la ingesta más que cotidiana de medicamentos y a los controles en el hospital se agregan las consecuencias dentales de la radioterapia, así como la pérdida de saliva, el control de los alimentos y el de los contactos contagiosos, el debilitamiento de los músculos y de los riñones, la disminución de la memoria y de la fuerza para trabajar, la lectura de los análisis, las reincidencias insidiosas de la mucositis, la candidiasis o la polineuritis, y esa sensación general de no ser ya disociable de una red de medidas, de observaciones, de conexiones químicas, institucionales, simbólicas, que no se dejan ignorar como las que constituyen la trama de la vida corriente y, por el contrario, mantienen incesante y expresamente advertida a la vida de su presencia y su vigilancia. Soy ahora indisociable de una disociación polimorfa.
Aquí también cabe preguntarse ¿Qué es lo que acontece en la vivencia disociada del trasplantando? Todos los signos pueden oscilar, todos los puntos de referencia invertirse, sin reflexión e incluso sin identificación de ningún acto ni de permutación alguna.

¿Yo (quién), “yo”?; esta es precisamente la pregunta, la vieja pregunta: ¿cuál es ese sujeto de la enunciación, siempre ajeno al sujeto de su enunciado, respecto del cual es forzosamente el intruso, y sin embargo, nuestra fuerza, de ese otro “yo” hemos recibido el corazón, el corazón de otro.
Hace menos de cuarenta años atrás no se hacían trasplantes, y sobre todo, no se recurría a la ciclosporina, que protege contra el rechazo del órgano trasplantado. Dentro de veinte años seguramente se practicarán otros trasplantes, con otros medios. Se produce un cruce entre una contingencia personal y una contingencia en la historia de las técnicas. Antes, ya habríamos muerto; más adelante seríamos, por el contrario, unos sobrevivientes. Pero siempre ese «yo» se encuentra estrechamente aprisionado en un nicho de posibilidades técnicas. Por eso es vano el debate entre quienes pretenden que sea una aventura metafísica y quienes lo conciben como una proeza técnica: se trata por cierto de ambas, una dentro de otra.
Ahora bien, la posibilidad del rechazo nos instala en una doble ajenidad: por una parte, la del corazón trasplantado, que el organismo identifica y ataca en cuanto ajeno; por otra, la del estado en que la medicina instala al trasplantado para protegerlo. Deduce su inmunidad para que soporte al extranjero. Lo convierte, entonces, en extranjero para sí mismo, para esta identidad inmunitaria que es un poco su firma fisiológica.

El cuerpo es un límite porque este es aquella zona neutra en la cual lo conocido desemboca en lo otro respecto de sí.
La línea de separación es el único lugar desde el cual el lenguaje toca lo indescriptible, y desde el cual el pensamiento puede, en una intuición fugaz, tocar el cuerpo, dejándolo en lo que es, pura alteridad.
Susan Crowley
Bibliografía
Jan Luc Nancy, El Intruso Corpus. Ed. E. M. Mettaille Paris.1992.
Corpus,

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